3. El hallazgo de un tesoro

 un tesoro en la arena

No siempre los tesoros son “valiosos”.

Todas las mañanas, cuando la marea aún estaba baja, el muchacho acudía a la playa para recoger los objetos que las olas habían empujado hasta la arena: maderos, toneles, cajas, latas, botellas…

El mar puede traerte, como a nuestro personaje, algo muy especial para ti, aunque su valor económico pudiera ser insignificante. Escribe una narración sobre ese hallazgo. Puedes, si lo deseas, ilustrarla con un dibujo o una  fotografía.

20 comentarios en “3. El hallazgo de un tesoro

  1. Yo no lo encontré, sino mi padre, pero es algo muy importante en la historia de mi familia.Se hallaron en la playa de los Pinos ( Santoña ).
    Son un puñado de balas de la guerra deterioradas por el salitre del mar por el paso de los años.
    Si esas balas nunca se hubiesen disparado, a lo mejor estaría aquí mi abuelo y muchas personas más.
    Su precio actual no es nada, pero costaron, en su día, miles de vidas inocentes.

  2. HISTORIA DE UNA ESTRELLA
    Todo comenzó el verano pasado, mientras daba un paseo con mi abuela por la playa de San Lorenzo.
    Iba descalza por la orilla del agua. La marea estaba bajando y dejaba restos de ramas y algas por todas partes. Mi pie se enredó en una cadenita y, al agacharme a cogerla, salió un colgante unido a ella. Era una pequeña estrella de oro. Al darle la vuelta leí unas iniciales: “A.G.” y una fecha: 18/06/1941.
    Mi abuela y yo nos sorprendimos mucho al comprobar que las iniciales eran las mías y el día y mes de mi nacimiento.
    Al llegar a casa, decidimos poner un anuncio; tal vez aquel colgante era un recuerdo de familia y podría tener un gran valor sentimental para la persona que lo había perdido.
    Días más tarde, la dueña del colgante que encontré en la playa se había puesto en contacto con mi abuela. Quedamos con ella en una cafetería. Nos encontró enseguida. Era fácil, una abuela y su nieta pelirroja.
    Su nombre era Ana Gómez. Una señora mayor elegante y muy guapa. Ojos azules y pelo blanco recogido en un moño alto.
    Mientras tomábamos un café, y después de darnos repetidas veces las gracias, nos contó la historia de su estrella:
    “Mi madre me regaló ese colgante cuando cumplí diez años. Fue su último regalo ya que poco después falleció. Desde entonces siempre lo he llevado puesto hasta que hace unos días, una ola me lo arrancó mientras me bañaba.
    Tu abuela, Andrea, me ha contado que has nacido el mismo día que yo, y que tus iniciales también son A.G. Por eso y como agradecimiento por haberme devuelto mi estrella, quiero hacerte este pequeño regalo.
    Abrí una cajita envuelta en papel de seda. Dentro había una estrella parecida a la de ella. Estaba grabada: A.G. 18/06/2004

  3. Un tesoro regalado
    Era un día caluroso de verano, decido ir a la playa, cojo mis cosas y bajo andando a la playa, cuando llego pongo la toalla sobre la arena me quito la ropa y después decido meterme en el agua, veo que está muy fría, así que me meto poco a poco hasta que me acostumbro y nado durante quince minutos.
    Cuando salgo voy hacía mis cosas, cojo otra toalla que traje por si acaso, me seco, después me siento sobre la arena, me echo crema para no quemarme y tomo el sol durante treinta minutos.
    Cuando pasa el tiempo, cojo mi móvil, veo que son las siete y veinte de la tarde, decido ir tirando para casa, la arena estaba muy caliente, abrasaba tanto como caminar sobre brasas, entonces me baño otra vez y nado durante un buen rato.
    Cuando pasa el tiempo me vuelvo a secar, me cambio de bañador, me pongo la camiseta rosa de tirantes y unos shorts vaqueros, cuando , de repente, veo que una chica se está ahogando, tendría diecisiete años como yo, decido acercarme a ella para ayudar porque se algo sobre salvamento. Los especialistas, es decir, los socorristas me dicen que no hace falta que nos ayudes, decido que me da igual.
    Hago lo que ellos me mandan para salvarla, veo que empieza a despertarse y pregunta con voz ronca: ¿ quien…me ha…salvado…?, le digo yo, por cierto me llamo Mayuly, ella me dice, gracias y toma esto, es una concha fosilizada que da mucha suerte, es mi amuleto de la suerte.
    Le digo, gracias eres muy amable, pero no , gracias porque es tuyo, ella me dice; no pasa nada, tengo más, la cojo y me la guardo. Les digo, me tengo que ir a mi casa, ellos me dicen gracias, Mayuly por tu ayuda, les digo : es mi deber como buena persona que soy, ayudar a los demás.
    Me voy para casa con una gran sonrisa, desde ese día soy socorrista y siempre estoy buscando conchas fosilizadas para recordar ese momento y para completar mi colección.
    FIN

  4. UN TESORO VERDE
    Un día de invierno, en la playa de Muniellas, en Bayas, Castrillón, mi abuela y yo paseábamos mientras mi abuelo pescaba en el mar. Después de dar unas cuantas vueltas por la playa, me llamó la atención algo que brillaba semienterrado en la arena bajo el agua. Al principio pensé que no era nada, pero después me lo pensé mejor y creí que no perdía nada en ir a averiguar que era. Cuando me acerqué vi que brillaba con un fuerte brillo verde, lo recogí y vi que era una piedra verde, parecía que estaba pulida. Mas tarde, le enseñé a mi tío la roca , porque él es geólogo, y me dijo que era una malaquita pulida. Y desde entonces la guardo como un tesoro.

  5. La playa estaba desierta y ya empezaba a anochecer. Pero yo siempre iba a la playa a esas horas. Me transmitía una tranquilidad y una calma que no conseguía en ningún otro sitio. También aprovechaba este momento del día para limpiar la playa de la basura que la gente dejaba durante el día.
    Cuando estaba apunto de marcharme, vi por el rabillo del ojo un destello en la orilla del mar. Me descalcé, me remangué los pantalones, y me metí en el mar. El agua estaba muy fría. Fui hasta donde había visto el destello, y encontré una botella. Cuando estaba a punto de tirarla a la bolsa donde estaba el resto de la basura, me di cuenta de que había un papel dentro. Intrigada, abrí la botella y lo saqué. Había una nota escrita con una caligrafía apretada, que decía:
    «Hola, soy Zoe. Era pasajera en un avión que se cayó al mar. Los demás pasajeros, la tripulación y yo estamos en una pequeña isla cerca de donde se estrelló el avión.»
    Rápidamente,me calcé y fui corriendo hasta casa. Allí, dejé la bolsa de la basura en el comedor, y les mostré la nota a mis padres.
    Mi madre se marchó al Ayuntamiento a entregarla, y cuando volvió, me dijo que ya los habían rescatado, pero que el alcalde le daría la nota a Zoe para que ella supiera que alguien la había encontrado.
    Pasaron las semanas, y poco a poco me fui olvidando de la botella y la nota. Un mes después, recibí una carta de Zoe, en la que me decía que se alegraba mucho de que alguien hubiese encontrado su nota, y que le apetecía conocerme.
    ***
    Así fue como conocí a la que ahora es mi mejor amiga, Zoe. Y así fue como conseguí que el Ayuntamiento se fijase en la basura de la playa, y el problema que esta suponía para el medio ambiente. Ahora, un grupo de voluntarios se reune con Zoe y conmigo cada tarde para limpiar la playa, y juntos, hemos conseguido que pongan más papeleras en el paseo marítimo.

  6. *LA HISTORIA DE LA UNIÓN DE DOS FAMILIAS*
    Un día paseando por la playa del Silencio, encontré una persona que me dijo lo siguiente, «¿Has visto un amuleto como este?, Mientras he caminado, he perdido este objeto tan valioso e importante, si lo ves, avísame urgentemente, toma mi número de teléfono, por si lo acabas encontando» El señor se marchaba muy tenso y preocupado…
    A la semana siguiente, por una casualidad muy grande nos volvimos a encontrar en el mismo lugar, él seguía tan nervioso como la semana anterior. Me reconoció «Eh, tú eres la niña de la otra vez», replicó y yo contesté, «Sí», ¿Has encontrado ya ese valioso amuleto?, debe de ser muy importante…Rápidamente me empezó a contar su fantástica historia, contando que su padre cuando fue a la guerra tuvo que pasar en barca por aquella playa y que se le había caído esa mitad del amuleto…cuyo amuleto me había dado mi padre a mí antes de fallecer, ¿He tenido un hermano todo este tiempo?

  7. Un día mi tío, mi prima y yo no sabíamos qué hacer en un día no muy caluroso de verano, no hacia suficiente calor para ir a la piscina ni suficiente frío como para quedarse en casa. Estábamos viendo la televisión cuando de pronto vimos que estaban retransmitiendo un documental sobre fósiles y eso le hizo a mi tío recordar que el de de pequeño había encontrado un trozo de un fósil en una excursión del colegio. Nos lo contó y mi prima y yo quedamos fascinados al oír la historia al completo . Le rogamos a mi tío que nos llevará a esa playa (que no sé dónde está ) y él accedió.
    Una vez llegado allí comenzamos a correr por la arena jugando al pilla pilla mientras mi tío nos grababa. En una de mis rápidas carreras tropecé con algo y me caí.
    Mi tío, al estar ya acostumbrado a que me cayera tanto. se rió. Yo no me había hecho daño , sin embargo había encontrado un «tubo» que parecía estar hecho de piedra y ser muy antiguo. Como ya era tarde mi tío nos llamó y nos fuimos a casa, pero en el trayecto de vuelta yo no podía parar de pensar de dónde podía haber salido ese tubo. Tubo que toda mi familia menos mi prima y yo pensaban que era un tubo normal recubierto por las sales del mar…

  8. El pez revoltoso
    Hace aproximadamente tres años, en verano, estaba con mi familia en una playa de Chipre, la playa de las olas como la llamamos nosotros. Me estaba bañando con mi padre y mi hermano cerca de la orilla cuando de repente mi padre vio un pez que se movía de una manera muy rara. Entonces, lo atrapó y vio que no era un pez…¡Era un billete de 50! Estaba empapado, pero lo dejamos secar y quedó perfecto. Lo curioso es que ese mismo día volviendo de la playa caminando, nos encontramos otro billete, esta vez de 5, en la acera.

  9. Las colchonetas perdidas
    Un día de mis vacaciones en Mallorca fuimos a dos playas con unos amigos. Después de un rato bañándonos pensamos que sería divertido comprar colchonetas para coger olas, pero nuestros padres dijeron que no.
    Como veinte minutos después mi madre nos dijo que unos señores habían dejado tres colchonetas al lado de una papelera y fuimos a verlas. Estaban perfectas. Estuvimos toda la mañana con las colchonetas. Los señores habían dejado esterillas y sombrillas también y, como nosotros fuimos sin nada, nos las quedamos.
    Esa tarde fuimos a otra playa y al lado de nuestras toallas sobresalía algo en la arena, ¡era una colchoneta gigante! La desenterramos y la lavamos. Nos metimos en el agua y jugamos a ver quién aguantaba más en la colchoneta.
    Cuanta suerte hemos tenido, pensé. Hoy en día conservo mi colchoneta pequeña y mis amigos las otras dos pequeñas y la gigante. Las sombrillas y esterillas las dejamos en Mallorca junto a unas palas que habíamos comprado para hacer castillos. Se lo dimos a mis primas que se habían mudado allí. 😊😁😃

  10. Un día en las vacaciones de Bayona decidimos comprar una barca hinchable. Corrimos a usarla. Mientras estábamos en el agua, mi hermano estaba subido en la barca y yo estaba buceando por debajo de esta. Al volver a sumergirme, mientras estaba debajo del agua, encontré dos monedas de dos euros y con ese dinero compré unos helados para mi hermano y para mí.

  11. FRAGMENTOS DE VIDA
    Buscar piedras originales en la playa es una tarea habitual que realizo cada vez que tengo la oportunidad de ir; hace que observe la naturaleza de otro modo y, en ocasiones, encuentro cosas fascinantes.
    Eso fue lo que me ocurrió en una pequeña playa asturiana que ya de por sí tiene un nombre cautivador, la playa del Silencio. A ella se desciende por un empinado y serpenteante camino, con unas vistas espectaculares de la concha perfecta que forma su silueta.
    El camino no es precisamente sencillo y liviano para tus pies y, cuando por fin llegas abajo esperando encontrar esa arena reconfortante, resulta que la arena ha sido sustituida por infinidad de cantos rodados, ¡ni rastro de arena!
    Con dificultad, y entre las piedras, intentaba encontrar la más original para la colección de piedras de mamá: veía piedras grises, negras, blancas, incluso verdosas; pero ninguna era lo suficiente buena. En mi afanosa búsqueda de la piedra perfecta, iba desviándome hacia la parte más interior, más pegada a la vegetación, cuando de repente algo llamó mi atención: un objeto en perfecto estado de conservación que parecía una caja de madera tallada a mano, cuidadosamente hecha y completamente cerrada. Tampoco había rastro de la llave. En resumen, vine buscando plata y encontré oro.
    Automáticamente todo mi cuerpo se puso en alerta, estaba visiblemente emocionado por el hallazgo y la curiosidad me invadía solo de pensar lo que podría haber dentro.
    La saqué del escondite perfecto y protegido donde estaba metida y busqué un trozo de madera lo suficientemente fuerte que me permitió abrirla y cuando la vi un fragmento de vida se mostró ante mí. Los objetos perfectamente colocados hacían volar mi imaginación hacia esas personas desconocidas.
    Dentro de la caja, una piedra con forma de corazón y esmaltada en rojo me hacía pensar que esa persona, como yo, un día también estuvo en esta misma playa buscando piedras. Enrollado como un pergamino y atado con un lacito de seda amarillo, envejecido por el tiempo, había lo que parecía ser una carta de amor, dirigida a una tal Federica. Junto a estos objetos, una foto desgastada y borrosa en blanco y negro de una mujer con dos niños, uno en sus brazos, de unos tres años y otro más mayor de unos ocho años. Los tres parecían muy felices por sus sonrisas.
    Automáticamente reconocí el sitio donde se había hecho la foto, era el mismo sitio donde encontré la caja.
    Abrí el pequeño pergamino en el que se podía leer los siguientes versos:
    Me gustaría que nuestro amor
    fuese como el mar,
    que se viera el principio
    pero nunca el final.
    Me hubiese encantado ponerle nombre y cara a la persona que escribió aquel poema, pero no fue posible.
    Cerré la caja, la anudé con un trozo de cuerda que llevaba y la volví a meter en el sitio seguro y protegido donde la había encontrado.
    Me pareció un acto de amor tan bello que a los pocos días volví con una caja, también de madera, donde yo también había guardado unos trocitos de mi vida, pero esta ya es otra historia…

  12. Un día de verano, estaba en Islantilla (Huelva) de vacaciones con mis padres y decidimos ir a la playa a dar un paseo. Encontramos algo sorprendente. ¡Era una medusa que el mar había arrastrado hasta la orilla! ¡Comparé mi mano (sin ponerla cerca) con el tamaño de la medusa y era el doble de grande! Creo que fue la primera medusa que he visto en la realidad y estoy impresionado.

  13. Hace aproximadamente tres años había ido con mi familia la playa de San Juan de la Arena. Vi una cosa brillante en el suelo y me acerqué a ver lo que era. Era una concha blanca superbonita y no estaba rota. Era tan bonita que me la llevé a mi casa y era como mi amuleto.

  14. Cuando yo era pequeña solía ir a menudo a la playa en verano a recolectar conchas de todo tipo con mi familia, igual que mi padre cuando era pequeño y a la vez mi abuelo. Entre los tres tenemos muchas conchas con la que yo hacía manualidades de pequeña y se las regalaba a ellos y al resto de mi familia. Un día estábamos a punto de ir de la playa en verano cuando encontramos algo. Era una medusa, pero era diferente porque estaba atrapada en una caracola, así que mi padre se puso unos guantes, la cogió y la soltó al mar para que siguiera viviendo. Además nos quedamos esa caracola y ahora la tiene mi abuelo y, cuando voy a su casa, la acerco a mi oreja y se oye el mar.

  15. LA JOYA TAN ESPECIAL

    Un día del 2014 yo y mi abuela estábamos paseando por la playa de Salinas, nuestra playa preferida. Nos encontramos una concha sellada e imposible de abrir manualmente.

    Aunque continuamos con el paseo de manera normal, muertos de curiosidad la llevamos a casa. Ya en casa gracias a las antiguas herramientas de mi abuelo de cuando trabajaba la conseguimos abrir, aunque estuvimos mucho rato. Fueron veinte minutos pero a mí esos minutos se me hicieron eternos.

    Dentro de ella encontramos una perla rarísima. Era azul por fuera, pero se podía observar que era verde por dentro y la llevamos a una joyería. Allí nos dijeron que era una joya típica y muy preciada de la costa de California, que por cierto no sé como llegó hasta aquí.

    Mi abuela y yo no nos lo creíamos y fuimos a otra joyería más porque no nos fiábamos y ,en efecto, procedía de California. Mi abuela no se lo podía creer y lo buscó en una aplicación de venta de joyas y salía que valía mas se 10.000 y desde ese momento mi abuela no se la ha quitado de encima ya que lo convirtió en collar atravesándolo con un hilo.

  16. MONEDA ROMANA

    Un día, paseando con mi tía en Riberas, Pravia, caminando por una ruta que lleva a un cementerio abandonado, me encontré dos monedas romanas y a mi tía y a mí nos sorprendió tanto que llamamos al museo de Oviedo. Se las dimos y nos dieron novecientos euros por cada una y nos repartimos el dinero. Esa moneda actualmente se encuentran en el museo arqueológico.

  17. UNA CAJA IMPORTANTE

    En agosto del 2017 mi familia y yo, como todos los años, nos fuimos de vacaciones a Gandía, Valencia. Ese verano todo iba como los anteriores años cuando una noche vino una tremenda DANA que levantó una tormenta de arena. Estuvo así una noche, sin dejarme dormir. Cuando por fin cesó la tormenta, me levanté y fui a la terraza. La tormenta había arrastrado un montón de conchas. Entre todas las conchas encontré una pequeña caja cilíndrica forrada de una fina tela verde. «Enrique Juan de Andrés, enero de 2012» era lo que ponía en la tapa de la cajita. Unos minutos después me di cuenta de que era la caja de las cenizas de mi abuelo, que mandó tirarla al mar. Cuando se lo dije a mi padre decidió devolver la caja a su sitio, el mar.

  18. Un día iba caminando por un sendero con mi familia en Antromero y mi padre vio algo brillando en el arcén. Se acercó y nos llamó para que le ayudásemos a desenterrarlo. Cuando los desenterramos mi padre lo cogió y era…, era una bala de la Guerra Civil. Mi padre la cogió con cuidado y le quitó la espoleta a la bala a ver si tenia pólvora, pero por suerte no tenia pólvora. Entonces mi padre nos la dio y dijo que si queríamos quedárnosla de recuerdo, pero mi madre se negó. De tanto insistir nosotros nos la dejó llevar para casa. Ahora la tenemos de recuerdo en nuestra habitación.

  19. Yo un día iba caminado por la playa de Salinas hasta que me fijé en el suelo, había una especie de objeto que brillaba. Por si acaso miré a los alrededores por si me estaban observando. Por suerte nadie me miraba y decidí cogerlo. Lo cogí tan rápido que no me dio tiempo a ver qué era. Me fui corriendo a casa para ver qué era sin que nadie me pudiera ver. En mi casa lo lavé y pude ver que era un collar con un rubí. Fui a una joyería para que me dijeran cuánto valía y me dijeron que costaba 10.000€ así que lo vendí. Lo invertí todo y fui ganando mucho dinero y ahora ya he ganado 1.000.000€.

  20. Un día en la playa de Salinas estaba yo con mi padre, tumbados en la arena, mirando las olas del mar, hasta que vi algo en la orilla. Era como una concha, pero de color morado. Intenté lavarla para ver si estaba manchada, pero no se quitaba.

    Mi padre me dijo que era su color natural y entonces me la llevé para casa. Para mí era como un tesoro y la llamé «Conchita». La tenía guardada en una caja de plástico pequeña y me encantó conservarla.

    Después de ese día fui a la casa de una amiga mía que vivía en Salinas y me invitó a la playa. Yo acepté y pasamos un tiempo genial jugando a vóley. Estuvimos en la orilla recogiendo muchas conchas y viendo el atardecer. Cuando estuvimos nadando, pisé como una piedra y cuando levanté mi pie, era una concha, la veía rara, con color morado y pensé que era la que yo tenia en casa.

    Desde ese día siempre pensé que las conchas tienen un valor sentimental ya que hay algunas con diferentes formas y colores.

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